Damián Szifron y equipo dejaron que el material bíblico cobrara vida como en el cine y es digno de profunda admiración
La versión de “Sansón y Dalila”, “grand ópera” de Camille Saint-Saens, con el director cinematográfico argentino Damián Szifron como regisseur y dirección orquestal de Daniel Barenboim, continua recibiendo increíbles criticas durante sus presentaciones en la Opera Estatal de Berlín,
La definición de “grand ópera” tiene que ver con que la riesgosa obra del compositor francés Saint-Saens tiene que encuadrar en ese subgénero, que supone temas históricos con impresionante despliegue tanto orquestal como escenográfico, su estilo recitativo y la inclusión de ballet.
Aquí dos nuevas criticas:
SANSÓN Y DALILA, DE CAMILLE SAINT-SAËNS
Por MATTHIAS KÄTHER – RBB Kultur
La historia bíblica de Sansón y Dalila en la versión musical de Saint-Saens sigue siendo un éxito. La obra, una de las óperas francesas más famosas de la historia, se estrenó anoche en la ópera estatal de Berlín con Elīna Garanča como Dalila y Daniel Barenboim en el podio.
Aquellos que esperaban el colapso del templo tumultuoso se quedaron con las ganas. Al final, cuando revientan las columnas, el director argentino Damian Szifron congela la catástrofe como si se tratara de una película. Y ciertamente, no es una coincidencia: este hombre es el director argentino de cine y series más codiciado en la actualidad.
CASI COMO EN LOS TIEMPOS DE MEYERBEER
¿Cineastas en el set de ópera? En realidad, no hay nada en contra, incluso si excepciones como Terry Gilliam confirman la regla, porque la gran ópera ciertamente tiene características cinematográficas. Más precisamente, fue el cine de los siglos XVIII y XIX. Szifron tomó esta consideración estética al pie de la letra. Te imaginas en uno de los espectáculos parisinos de la década de 1830. Prácticamente todo funcionaría sin problemas en una gran ópera de principios del siglo XIX.
Es cierto que algunos préstamos a “King Kong” durante la Bacanal son más recientes, de la década de 1930, y los cascos de los filisteos asombrosamente modernos parecían salidos de las portadas de la revista pulp “Planet Stories” (1940). Mucha roca, mucho polvo, en el tercer acto Dalila tomó prestado un disfraz de Turandot y, como si se tratara del planetario, el sol, la luna y las estrellas se movían para coincidir con la partitura musical.
¿Están finalmente satisfechos los berlineses que siempre refunfuñan en contra del teatro de vanguardia? Curiosamente, como ocurrió con “La fuerza del destino” de Castorf en el Deutsche Oper, los déspotas de turno compitieron con los aplaudidores de pie. Enfrentamientos acalorados aquí también. Lo que, a su vez, me parece muy refrescante: un director de ópera en esta ciudad no puede hacer las cosas mal porque tampoco puede hacerlas bien. Siempre hay polémica. Sólo aquellos que reciben tibios aplausos indivisos deberían estar seriamente preocupados.
Barenboim y la Staatskapelle sonaron en su máxima expresión. También el mejor coro estatal de ópera. Tenía mucho para hacer, y esta vez lo hizo fantásticamente. Sin embargo, el espectáculo también podría haberse llamado “El show de Elīna Garanča”. Y con razón, porque el compositor deposita todas sus buenas ideas en este rol. Su mezzo se ha vuelto más profundo y un poco más granular, pero increíblemente, la voz de Pauline Viardot, para quien Saint-Saëns concibió el papel, se describe de la misma manera. Oh, esa orgía de seducción vocal gutural del segundo acto permanecerá en mi memoria durante mucho tiempo. Uno de los mejores momentos de mi año de ópera 2019. Incluso el gran barítono Michael Volle en su papel de Supremo Sacerdote (¡Chapeau!), si bien no pudo seguirle el ritmo, intensificó el efecto Garanča en un dúo monstruosamente bien cantado.
Resumiendo, la puesta polvorienta (literal y figurativamente) implica que por fin alguien en Berlín está escenificando la obra y no a ellos mismos, lo cual es casi exótico hoy en día.
SANSÓN Y DALILA EN LA ÓPERA ESTATAL DE BERLÍN
Por KASPAR SANNEMANN – Das Opernmagazin
Qué suerte: por una vez, la escena respira con la música y no en contra de ella. El director de cine argentino Damián Szifron, cuya película “Relatos salvajes” fue nominada al Oscar, y su equipo (Escenografía: Étienne Pluss, Vestuario: Gesine Völlm, Iluminación: Olaf Freese, Video: Judith Selenko, Coreografía: Tomasz Kajdanski) dejaron que el material bíblico cobrara vida como en el cine, con trajes históricos, paisajes rocosos, cuevas, templos y casas de piedra. Y lejos de merecer reproches, es digno de profunda admiración. Justamente gracias a eso, no tenemos que pasarnos toda la noche preguntándonos qué pueden aportar al material hombres con trajes oscuros de negocios en escenas de la vida moderna y concentrarnos en la acción y la música increíblemente hermosa y rica de Sain-Saëns.
Tanto Sansón como Dalila están atrapados por sus sistemas. Sansón debe funcionar como una máquina de combate para su Dios Jehová. Dalila es convertida en espía por el Supremo Sacerdote de Dagón, el dios filisteo. ¿Pero qué pasa con los sentimientos reales de ambos? Claro, Sansón es un hombre y se siente sexualmente atraído por Dalila. Pero hay más, y el director lo muestra claramente.
Sansón se ha cansado, incluso está harto de su papel de héroe invencible. Anhela algo más que pueda darle sentido a su vida. Y es el amor que se encarna en Dalila. Ya en la primera aparición de Dalila queda claro: la tremenda sensualidad en la atmósfera se convierte para ambos en un punto de inflexión respecto de sus planes de vida anteriores. Szifron lo muestra con dobles de los protagonistas que se encuentran en una tierna relación amorosa, Dalila queda embarazada, da a luz a dos hijos, un idilio familiar feliz.
El segundo acto tiene lugar en una cueva. En el acto central de la historia de amor, casi una violación. Pero desde ambos lados: primero Sansón, luego se pone de pie la mujer fuerte y segura de sí misma. Entonces Dalila no es presentada sólo como una astuta seductora, también tiene ideas muy claras sobre lo que quiere. El problema es que Sansón nunca aprendió a abrirse, y Dalila se llena de resentimiento, que finalmente la conduce a obtener la revelación del secreto de la fuerza de Sansón y a su castración simbólica. Pero cuando se da cuenta de lo que hizo, se derrumba.
En el tercer acto, el abuso y la tortura sangrienta, el ridículo y la humillación de los hebreos cautivos, se muestran con toda la crudeza. Los jóvenes filisteos son iniciados casi como los combatientes de la Yihad por un líder religioso equipado con cuchillos, y deben llevar a cabo asesinatos rituales de hebreos. La coreografía es emocionante, incluso si el tema es, por supuesto, desagradable y brutal.
Musicalmente, la noche fue simplemente abrumadora. Brandon Jovanovich tiene todo lo que se necesita para la encarnación del héroe con sus increíbles poderes. Su voz y su resistencia también son fuertes y no presentan contratiempos. El tenor en línea recta brilla intensamente y muestra sus sentimientos. Una ventaja adicional es que la puesta otorga todos los requisitos para una realización creíble visualmente. En especial cuando lo muestra sin cabello, como un héroe caído, torturado, humillado y bañado en sangre. La desesperación de Jovanovich genera locura.
Hace unos veinte años, durante una presentación de “Andrea Chénier” en la ópera estatal de Viena, una joven mezzosoprano me llamó la atención en el pequeño papel de Bersi: Elīna Garanča. Desde entonces, la artista ha ascendido hasta convertirse en LA estrella del firmamento mezzo-soprano, y muy merecidamente. El sonido inmenso y cálido de su voz llena la sala y encanta desde el principio. “Printemps qui commence” es simplemente maravillosa. Por supuesto, el segundo acto es completamente suyo, con el éxito “Mon coeur s’ouvre à ta voix”, que canta recostada sobre su espalda. No es de extrañar que Sansón se enamore de ella y ya no pueda contenerse. En el tercer acto, donde aparece en una especie de atuendo de Turandot, ya no tiene mucho que cantar, pero esta producción todavía tiene un gran momento para ella: apuñala al Supremo Sacerdote que la forzó a traicionar a su amor.
Y este Supremo Sacerdote fue interpretado nada menos que por Michael Volle, quien, una vez más, abrumó con su espléndido y presente barítono, aprovechándolo plenamente para elevar un rol poco atractivo. No hay mejor trío protagonista en este momento.
El maestro Daniel Barenboim fue durante mucho tiempo un talentoso custodio de esta obra maestra de Sain-Saëns: su grabación con Obratzsova, Domingo, Bruson y la Orquesta de París es un punto de referencia. Y ahora presenta esta puesta jugada junto a “su” Staatskapelle de Berlin. Grandioso. Muestra todo su poder narrativo, los estados de ánimo y los sentimientos subliminales de esta partitura, dejando que los instrumentos de viento de madera generen un camino cromático, explorando los movimientos descendentes y acompañando a estos personajes increíblemente intensos. Es un río turbulento del que no quieres escapar. En el primer acto, los poderosos cuadros del coro se construyen y sostienen con una tensión fantástica. Este primer acto, que a menudo es considerado el más débil de la ópera, aquí tiene una exposición maravillosa. El coro dirigido por Martin Wright brilla con una dinámica y sonoridad ejemplares.
Al final, cuando Sansón recupera sus fuerzas y (casi) derrumba el templo filisteo, la pareja de bailarines que interpretó a los amantes aparece nuevamente en escena: la utopía sigue viva. ¡Y con suerte seguirá viva en esta producción cuando la repongan!